sábado, 9 de março de 2013

LA CRISIS DE LAS CIUDADES DE AMÉRICA LATINA – Radiografia urbana

Eduardo Neira Alva - 


Texto publicado originariamente por PINUD – UNESCO. Proibida sua reprodução para fins comerciais.

O autor: arquiteto peruano, professor universitário e intelectual politicamente orgânico. Atuou como consultor internacional em projetos de desenvolvimento no Brasil, na Bahia. De sua autoria ver neste blog: A cidade e seus habitantes.


Las ciudades han sido siempre centros de poder, centros generadores de civilización. En sus monumentos está escrita la historia de la humanidad. Concentran la mayor parte del poder económico, político y cultural de sus respectivos países. En ellas se encuentran las mejores oportunidades de trabajo, de desarrollo humano, información, esparcimiento y acceso a bienes y servicios.

Algunas veces, sin embargo, las ciudades se convirtieron en centros de barbarie cuando se quebraron las fuerzas que las sustentaban. Así sucedió con Roma después de la caída del Imperio.

El fenómeno urbano se da de modo único en cada lugar, por lo que no existen dos ciudades iguales. Sin embargo, hay puntos en común que permiten ciertas generalizaciones.

En América Latina existen aglomeraciones metropolitanas compuestas por conjuntos de ciudades que comparten un espacio económico de resonancia mundial.

México, Sao Paulo, Buenos Aires y Río de Janeiro tienen poblaciones de más de 10 millones de habitantes con un poder económico conjunto equivalente al pib de Brasil. Podrían llamarse megalópolis internacionales.

Otro grupo de metrópolis, situadas entre los cinco y los ocho millones de habitantes (Lima, Bogotá, Santiago y Caracas), repite muchas de las características de las megalópolis. Sin embargo, estas ciudades pertenecen a economías nacionales de menor dimensión y eso limita su crecimiento económico, a menos que puedan insertarse directamente en los circuitos internacionales de producción.

Una tercera categoría de metrópolis aparece por debajo de los cinco millones de habitantes. Se trata de metrópolis nacionales que concentran la actividad productiva de países pequeños, como Montevideo, La Paz, Quito, Asunción, La Habana y Santo Domingo; o que constituyen centros regionales de economías subnacionales, como Guadalajara, Monterrey, Belo Horizonte, Salvador, Medellín, Cali, Curitiba, Recife, Barranquilla y Guayaquil, entre otras.

  
Degradación ambiental, polarización social

Las ciudades son las estructuras materiales más complejas que el hombre ha construido. Allí, el medio ambiente natural fue sustituido por un entorno artificial, donde leyes y procedimientos humanos están lejos de la perfección mecánica de las relaciones regidas por códigos genéticos.

Así, las sociedades urbanas son extremadamente complejas no sólo porque en ellas conviven diversos grupos humanos con múltiples estilos de vida, sino también porque las funciones modernas de producción y distribución de bienes y servicios se han complicado enormemente.

El metabolismo urbano -el fenómeno de transformación de energía, bajo sus más variadas formas, en objetos de consumo y servicios, con ayuda del trabajo y la información- ha adquirido características inéditas en el mundo contemporáneo.

Una de ellas es la producción de desechos que no son reciclados por los procesos productivos ni biodegradados por la naturaleza.

Esto se traduce en diversas formas de contaminación ambiental que degrada la calidad de vida en las ciudades y que limita el crecimiento económico, sobre todo, al desincentivar las inversiones del capital productivo.


Un tipo particular de pobreza

En las ciudades se concentra también la pobreza, pero una de características particulares que conforman una subcultura específica, estrechamente asociada a la economía informal y a la autoconstrucción de habitaciones precarias.

Las metrópolis latinoamericanas muestran una casi completa polarización social y espacial. Por un lado, una minoría concentra volúmenes crecientes de riqueza, y pueden registrarse situaciones en que un 10 por ciento de la población posee el 40 por ciento del pib nacional.

Por otro lado, la mayor parte de la población no dispone de suficientes oportunidades de empleo y de realización personal. La consecuencia ha sido ciudades de ricos donde los pobres no pueden habitar.

La ciudad legal, constituida por un pequeño grupo de islas de prosperidad aparente, contrasta con la ciudad real, en la cual no existe, a veces, ni siquiera el amparo de la justicia.

La polarización social - verdadero apartheid - es acaso la principal causa de la violencia, que desafía abiertamente el orden urbano convencional.

Las ciudades enfrentan, además, una creciente falta de recursos. Las administraciones municipales están dominadas, en muchos casos, por burocracias ineficientes, clientelismo político e irracionalidad en la operación de servicios.

Hay un gigantesco desperdicio en las actividades urbanas: pérdidas de hasta 50 por ciento del volumen de agua potable, de 30 por ciento en la construcción civil, de incontables horas en embotellamientos de tránsito y días de espera ante cualquier gestión en organismos públicos.


La ciudadanía

Los espacios dominados por las metrópolis cubren territorios y poblaciones equivalentes, algunas veces, a países enteros. Ciudad de México tiene, por ejemplo, el mismo número de habitantes que toda Venezuela, mientras que el Gran Sao Paulo tiene mayor población que Bolivia y Paraguay juntos.        A veces esos espacios pertenecen a jurisdicciones políticas diferentes, como sucede en Ciudad de México o Caracas, ambas divididas por un distrito federal y varios municipios. Es decir, carecen de una autoridad política sobre el conjunto metropolitano.

Se requiere una nueva forma de poder metropolitano. Pero este no significa necesariamente una estructura política convencional por encima de las administraciones municipales. Significa sí el reconocimiento de racionalidades diferentes en los mismos espacios y la participación de la población, de los múltiples agentes y usuarios urbanos.

Esta capacidad se expresa por medio de la voluntad política: una rara flor que se cultiva cuando los habitantes de la ciudad se tornan ciudadanos, es decir, cuando se identifican con el espacio urbano y su historia y son capaces de sacrificar ventajas personales por el bienestar de la comunidad.

Las ciudades están en continua evolución. Algunas veces, utopías que adoptaron la forma de ciudades, propusieron profundas transformaciones en la sociedad. Eso fueron, en verdad, las propuestas de Platón, Tomás Moro y Campanella.

Pero ahora no existen más utopías, la liquidación del welfare state ha terminado con la esperanza del Estado redentor de la pobreza y el atraso. El hombre está como nunca solo en la decisión de una nueva utopía. Es necesario, antes que nada, saber en qué ciudad, en qué medio ambiente queremos vivir.

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