Texto publicado originariamente por PINUD – UNESCO. Proibida sua reprodução para fins comerciais.
O autor: arquiteto peruano, professor universitário e intelectual politicamente
orgânico. Atuou como consultor internacional em projetos de desenvolvimento no
Brasil, na Bahia. De sua autoria ver neste blog: A cidade e seus habitantes.
Las ciudades han sido siempre centros de
poder, centros generadores de civilización. En sus monumentos está escrita la
historia de la humanidad. Concentran la mayor parte del poder económico,
político y cultural de sus respectivos países. En ellas se encuentran las
mejores oportunidades de trabajo, de desarrollo humano, información,
esparcimiento y acceso a bienes y servicios.
Algunas veces, sin embargo, las ciudades
se convirtieron en centros de barbarie cuando se quebraron las fuerzas que las
sustentaban. Así sucedió con Roma después de la caída del Imperio.
El fenómeno urbano se da de modo único en
cada lugar, por lo que no existen dos ciudades iguales. Sin embargo, hay puntos
en común que permiten ciertas generalizaciones.
En América Latina existen aglomeraciones
metropolitanas compuestas por conjuntos de ciudades que comparten un espacio
económico de resonancia mundial.
México, Sao Paulo, Buenos Aires y Río de
Janeiro tienen poblaciones de más de 10 millones de habitantes con un poder
económico conjunto equivalente al pib de Brasil. Podrían llamarse megalópolis
internacionales.
Otro grupo de metrópolis, situadas entre
los cinco y los ocho millones de habitantes (Lima, Bogotá, Santiago y Caracas),
repite muchas de las características de las megalópolis. Sin embargo, estas
ciudades pertenecen a economías nacionales de menor dimensión y eso limita su
crecimiento económico, a menos que puedan insertarse directamente en los
circuitos internacionales de producción.
Una tercera categoría de metrópolis
aparece por debajo de los cinco millones de habitantes. Se trata de metrópolis
nacionales que concentran la actividad productiva de países pequeños, como
Montevideo, La Paz, Quito, Asunción, La Habana y Santo Domingo; o que
constituyen centros regionales de economías subnacionales, como Guadalajara,
Monterrey, Belo Horizonte, Salvador, Medellín, Cali, Curitiba, Recife,
Barranquilla y Guayaquil, entre otras.
Degradación
ambiental, polarización social
Las ciudades son las estructuras
materiales más complejas que el hombre ha construido. Allí, el medio ambiente
natural fue sustituido por un entorno artificial, donde leyes y procedimientos
humanos están lejos de la perfección mecánica de las relaciones regidas por
códigos genéticos.
Así, las sociedades urbanas son
extremadamente complejas no sólo porque en ellas conviven diversos grupos
humanos con múltiples estilos de vida, sino también porque las funciones
modernas de producción y distribución de bienes y servicios se han complicado
enormemente.
El metabolismo urbano -el fenómeno de
transformación de energía, bajo sus más variadas formas, en objetos de consumo
y servicios, con ayuda del trabajo y la información- ha adquirido
características inéditas en el mundo contemporáneo.
Una de ellas es la producción de desechos
que no son reciclados por los procesos productivos ni biodegradados por la
naturaleza.
Esto se traduce en diversas formas de
contaminación ambiental que degrada la calidad de vida en las ciudades y que
limita el crecimiento económico, sobre todo, al desincentivar las inversiones
del capital productivo.
Un
tipo particular de pobreza
En las ciudades se concentra también la
pobreza, pero una de características particulares que conforman una subcultura
específica, estrechamente asociada a la economía informal y a la
autoconstrucción de habitaciones precarias.
Las metrópolis latinoamericanas muestran
una casi completa polarización social y espacial. Por un lado, una minoría
concentra volúmenes crecientes de riqueza, y pueden registrarse situaciones en
que un 10 por ciento de la población posee el 40 por ciento del pib nacional.
Por otro lado, la mayor parte de la
población no dispone de suficientes oportunidades de empleo y de realización
personal. La consecuencia ha sido ciudades de ricos donde los pobres no pueden
habitar.
La ciudad legal, constituida por un
pequeño grupo de islas de prosperidad aparente, contrasta con la ciudad real,
en la cual no existe, a veces, ni siquiera el amparo de la justicia.
La polarización social - verdadero apartheid - es acaso la principal causa
de la violencia, que desafía abiertamente el orden urbano convencional.
Las ciudades enfrentan, además, una
creciente falta de recursos. Las administraciones municipales están dominadas,
en muchos casos, por burocracias ineficientes, clientelismo político e
irracionalidad en la operación de servicios.
Hay un gigantesco desperdicio en las
actividades urbanas: pérdidas de hasta 50 por ciento del volumen de agua
potable, de 30 por ciento en la construcción civil, de incontables horas en
embotellamientos de tránsito y días de espera ante cualquier gestión en
organismos públicos.
La
ciudadanía
Los espacios dominados por las metrópolis
cubren territorios y poblaciones equivalentes, algunas veces, a países enteros.
Ciudad de México tiene, por ejemplo, el mismo número de habitantes que toda
Venezuela, mientras que el Gran Sao Paulo tiene mayor población que Bolivia y
Paraguay juntos. A veces esos espacios pertenecen a jurisdicciones políticas
diferentes, como sucede en Ciudad de México o Caracas, ambas divididas por un
distrito federal y varios municipios. Es decir, carecen de una autoridad
política sobre el conjunto metropolitano.
Se requiere una nueva forma de poder
metropolitano. Pero este no significa necesariamente una estructura política
convencional por encima de las administraciones municipales. Significa sí el
reconocimiento de racionalidades diferentes en los mismos espacios y la
participación de la población, de los múltiples agentes y usuarios urbanos.
Esta capacidad se expresa por medio de la
voluntad política: una rara flor que se cultiva cuando los habitantes de la
ciudad se tornan ciudadanos, es decir, cuando se identifican con el espacio
urbano y su historia y son capaces de sacrificar ventajas personales por el
bienestar de la comunidad.
Las ciudades están en continua evolución.
Algunas veces, utopías que adoptaron la forma de ciudades, propusieron
profundas transformaciones en la sociedad. Eso fueron, en verdad, las
propuestas de Platón, Tomás Moro y Campanella.
Pero ahora no existen más utopías, la
liquidación del welfare state ha terminado
con la esperanza del Estado redentor de la pobreza y el atraso. El hombre está
como nunca solo en la decisión de una nueva utopía. Es necesario, antes que
nada, saber en qué ciudad, en qué medio ambiente queremos vivir.
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